Territorios salvajes: presentación La canción del día, de Eugenia Pérez Tomas, por Alejandra Costamagna

Uno

Hace unos meses, por casualidad, escuchaba un programa de radio argentino, cuando una de las panelistas recomendó La canción del día e hizo escuchar a la audiencia un audio en el que Eugenia Pérez Tomas se refería al sentido del título de su libro. Decía Eugenia que en el título halló una rendija para pensar el vínculo entre la maternidad y la escucha. Algo vinculado con “reconfigurar la propia voz, escuchar el llanto, reinventar el silencio, detectar los sonidos del porvenir”. Y halló también la ocurrencia de la canción como una escena fundacional de la infancia. “Un canto del día aún en la noche”, explicaba en el audio, que la llevó a nombrar así este libro de “maternidad, deseo, apego feroz, noche y descubrimiento”.

Dos

Maternidad, deseo, apego feroz, noche y descubrimiento, ha dicho Eugenia. Porque en ésta, su segunda novela, hay una hija en vías de volverse madre, cuya voz busca su lugar en el nuevo escenario y le habla a un , que es ella misma y es también eso que empieza a existir adentro suyo, y desea y teme y se apega con ferocidad a este relato de iniciación que protagoniza de repente, y va del día a la noche y de la noche al día, y descubre una lengua nueva, y parece escuchar el llanto y la risa y el silencio, y va tejiendo una trama genealógica mientras el cuerpo aloja y luego desaloja a otro cuerpo, un cuerpito con vida propia –una “vidita”–, y entonces la que ya es madre vuelve a ser hija y su voz vuelve en sí, vuelve al yo, aunque el será un tatuaje en su piel de puérpera y un aguijón para escribir “contra la vergüenza y contra la autocompasión”, y se sabrá “distinta, aunque no exactamente otra”.
Tres

Paréntesis: refuerzo la idea del que recorre la primera parte del libro, el primer capítulo titulado justamente “La segunda persona”. La escena es la del embarazo. Y digo escena, en parte, porque hay algo decididamente teatral en el relato de esta experiencia intervenida.

Cuatro

Pero éste es también un libro acerca de los procesos de escritura. Acerca de cierto ímpetu común entre escribir y maternar, que me hace pensar en el “tercer yo” del que habla Mary Oliver en su libro La escritura indómita para referirse a esa especie de fuerza interna que moviliza la creación. Precisamente, en el capítulo titulado “Los territorios salvajes de la creación”, Oliver dice que “el trabajo creativo exige una lealtad tan absoluta como la lealtad del agua a la fuerza de la gravedad”. Y dice también que “aquel que atraviese los territorios salvajes de la creación y no sepa esto –no lo asimile–, estará perdido”.

¿Qué sino un territorio salvaje de la creación es un embarazo?, me pregunto ahora yo, que nunca he sido madre, pero sí he sido tomada por la fuerza interna de ese tercer yo que comanda el proceso creativo. Eugenia, a través de su narradora, formula de este modo la materia común de la criatura parida y la criatura escrita: “Mientras olvido, nace la escritura con la misma desprolijidad salvaje que tienen las criaturas cuando nacen”. Pero no se queda ahí. Más adelante se acerca desde otro ángulo, al acecho de aquello que pueda vincular de manera vital una experiencia y la otra: “Una bebé no sale por partes: primero la manito, después la otra y así hasta volar a la mesa metálica. Una bebé sale haciendo mucha fuerza. La madre, que todavía no lo es, trabaja durante horas para desoldarse, como las palabras que configuran mundos nuevos, la columna vertebral –anillada– se mueve como nunca antes”.

Cinco

Me detengo en la imagen del bebé que sale producto de una labor minuciosa, que tiene un ritmo y un tiempo propios. Que no se lleva bien con el apuro. Que es deseo y quebranto, pasión y malestar. Una manito, una cabeza, un tronco, una patita: todo al unísono. Un cuerpo que se articula en la diversidad de sus piezas, tal como ocurre precisamente con la escritura de este libro anfibio, híbrido, que recoge experiencia y ficción, relato y prosa poética, viñetas, bitácoras de diario, ensayos breves: todo junto al mismo tiempo, acopio de registros que, como mencionaba recién, va de la segunda a la primera persona, del tú al yo, que apela y confiesa, que toma distancia y se acerca, que dice y silencia, rememora e inventa.

Seis

Otra imagen que traigo: la hablante, embarazada, viaja en un tren. La máquina se detiene y observa a los viajeros que hacen fila para bajar, con sus maletas colmadas de objetos personales. Y apunta:

                “Me pregunto si una vez vacío el tren, es el mismo cuando vuelve a casa.

Me pregunto si el tren es el mismo cuando vuelve a casa.

Si es el mismo. Si vuelve a casa”.

Es, ya lo vemos, una miniescena, que puede ser verso o narración, poema o relato. Y se me ocurre que donde dice “tren” una podría leer “vientre”. Y donde dice “casa”, podría leer algo así como “identidad”. Y entonces la interrogante quedaría así: “Me pregunto si una vez que dé a luz volveré a ser la misma”.      

Siete

Especulo: la experiencia actúa en estas páginas como motor para probar parlamentos y escenas. Con la maternidad como punto de partida, se inicia una travesía para abordar lo íntimo con un eco que lo expande. O al revés: para abordar un asunto colectivo con un anclaje que lo vuelve propio. “No se puede escribir ni criar sola”, apunta la narradora. Y el paseo de lo íntimo y lo común (que vuelve a ser íntimo y retoma otra vez lo común) puede ir desde el brote que inhabilita hasta el cuidado que moviliza; desde los balbuceos de la bebé singular hasta la familia plural de palabras que arman las amigas; desde los tempranos miedos hasta el entrenamiento de las manos.

Ocho

La sección titulada “Cuaderno de manos libres”, del segundo capítulo, toma la forma del diario y narra de lunes a lunes, las limitaciones y las remotas posibilidades de usar las manos durante las primeras semanas con la hija en casa. En algún momento la voz narradora dice que aprovecha los minutos en que la hija duerme para entrenar los músculos de las manos. Por ejemplo, tejiendo a crochet, inventando posibles puntos. No es fácil la tarea, los resultados no los disfruta. Sin embargo, no todo será derrota. “La inexperiencia en el tejido al crochet me dio estas líneas”, apunta. “Quisiera amar el producto invendible que produje con los hilos. Aprenderé a amar mis resultados a pesar de las miradas. Llenaré la casa de lanas mal tejidas hasta que por insistencia aparezca la belleza”.

Nueve

La escritora mexicana Jazmina Barrera, autora de Linea nigra –pariente cercanísimo del libro de Eugenia–, decía hace un tiempo que, para ella, todos los libros que no se podían catalogar porque no encajaban con los moldes rígidos con los que solemos ordenar los géneros, eran ensayos. Y eso era, por lo demás, lo que a Jazmina le acomodaba en su propia escritura. Este planteo se me apareció al cerrar La canción del día. Pensé que ese carácter inespecífico de este libro lo volvía inmediatamente ensayo. Y, rastreando, di con una entrevista a Eugenia en la que decía: “Ese punto de vista puérpero me dio como resultado un ensayo –en su mejor estilo teatral– sobre las formas del nacimiento”. Y en una segunda entrevista, decía esto otro: “De alguna manera intento que eso que el teatro sabe desplegar en los procesos de ensayos, de prueba, falla y búsqueda, me influya para bien cuando estoy escribiendo un libro a secas”.

Ensayo, entonces en el sentido de formato híbrido –tal como lo sugiere Jazmina– pero también ensayo en el sentido de fase preparatoria para una representación. Y en el sentido de prueba, de experimento, de “falla y búsqueda”, como dice Eugenia.

Diez

Más allá de los géneros, sin embargo, La canción del día es un paseo, una errancia, un tanteo, un ir y venir, un desvío, unas sombras y unas luces, un campo abierto al pensamiento y la digresión, una deriva, un puñado de experiencias y conjeturas: un libro, en definitiva, que no se deja atrapar. Y es en esa fuga abierta donde radican su magnetismo y su belleza.

Deja el primer comentario