“No es la tierra la que está plana, sino el mundo”: Natalia Casielles y la distopía como espejo

En un universo narrativo donde el terraplanismo ha triunfado como ideología dominante, Natalia Casielles construye en La ruta del fuego una distopía íntima y acelerada, atravesada por la poesía, la devoción popular y el eco inquietante de los tiempos que habitamos. La novela —que será publicada por la colección Narrativa al borde de Vísceras Editorial a principios del 2026— se adentra en los bordes difusos de la posverdad, imaginando una realidad donde los discursos negacionistas no solo deforman el conocimiento, sino también las emociones y los vínculos. En esta conversación con el sello, Casielles comparte los impulsos detrás de la escritura, su mirada sobre el presente argentino y la fuerza política de que una novela como esta cruce los Andes para publicarse en Chile.

Un relato distópico explorando los bordes del terraplanismo suena como un terreno fértil para cuestionarnos nuestras creencias más profundas sobre la realidad. ¿Qué te motivó o inspiró a adentrarte en una narración así?

La novela comencé a escribirla en un momento muy particular de la humanidad, que fue la pandemia, donde las reglas de lo posible comenzaban a correrse de lugar y el auge de los relatos relacionados al terraplanismo a resonar con mayor frecuencia. La virtualidad acaparaba las vidas de la mayoría y los mundos análogos respondían a ese entramado.

La peste de la post verdad ganó terreno a partir de esa época, la vida virtual se instaló fuerte y el horror de los poderes de derecha volvió a las regiones. Lo frenético, la ansiedad, el peligro, todo lo que resuena ante la falta de un Estado de derecho, de cierta distorsión de lo que se considera realidad, creo que intuyó mi escritura y trasladó de manera poética en las páginas.  

¿Qué ha sido lo más desafiante en términos de construir la narrativa en tu novela?

Seguir la narrativa con una sola voz que lleve la acción en un tiempo prolongado  para construir, desde ese decir, el mundo que la rodea con la intensidad de sus pensamientos, la irrelevancia de sus imágenes. Fue como armar un primer plano constante de ese personaje y, al mismo tiempo, su subjetiva. El desafío (espero haberlo logrado) fue establecer un borde muy fino entre lo que pasa y lo que no, manteniendo una partitura acelerada, rítmica,  pero que permita aire para que en ese devenir se instalen imágenes, sucesos y temáticas que me interpelan.

 ¿Hay algo que te haya hecho pensar o replantear algún concepto /verdad/ hecho, aunque sea por un momento?

Al contrario, afianzo como trinchera mis ideas y no por falta de apertura mental, sino por lo que considero es la lógica terraplanista contemporánea. Tomo ese concepto para hablar de una cuestión mayor; si la lógica terraplanista empuja la discusión tan atrás, es imposible en esa estructura profundizar. Eso se traduce a otras aristas; si tengo que explicar que es fundamental que las personas tengan accesos a la salud, a la cultura, la educación, entre otras cosas, y tengo que luchar todos los días para mantener esos derechos porque la nueva lógica que gobierna un determinado país quiere eliminar, no puedo nunca avanzar, profundizar, mejorar, ampliar o reflexionar sobre esos conceptos. En definitiva creo que la brutalidad de esa lógica es la perversidad que se traslada no solo a las formas de la tierra sino al atentado de la emocionalidad y la intelectualidad cotidiana. No es la tierra la que está plana, sino el mundo.

¿Cómo estás viendo tú, primero desde la escritura y ahora desde la edición de tu novela, la construcción de este «nuevo mundo»?

La percepción emocional y temporal de mi vínculo con el material se encuentra en un punto de redescubrimiento del mundo escrito debido al  aporte establecido en el dialogo con la editorial, que trae una mirada profunda e inteligente nutriendo el material. A su vez, me ocurre una especie de saturación mental para con lo escrito, es raro, porque por un lado ya no quiero releerlo más, y por el otro, tengo que, precisamente, trabajar esa instancia de edición. Ahí es cuando me apoyo en la editorial para que su forma me lleve de la mano.

Personalmente, lo que me encanta de tu novela es que nos enfrenta con la falacia o el vacío en la estructura lógica de lo que conocemos como verdad/realidad, pero además dirige la mirada hacia el trasfondo humano: las creencias, los miedos, las motivaciones detrás de la adhesión a esas «verdades» alternativas, la búsqueda de una nueva normalidad. ¿Estabas buscando explorar las motivaciones humanas detrás de estas «verdades alternativas» cuando empezaste a escribir?

Surgieron, ellas me buscaron a mí. Comencé a escribir desde la intuición, las imágenes, las formas poéticas y ahí vi lo que se estaba armando. Me alejé un poco, como quién se aleja a mirar el paisaje, y vi que se ampliaba el dibujo, podía fantasear con lo que irradiaba y seguir escribiendo. Tomé decisiones que fueron en aporte a lo primero que apareció. Pero a veces la escritura te busca y ya estás escribiendo sobre cosas determinadas antes que te des cuenta. Pero a la vez esas formas tienen muchas caras, o por lo menos me gusta pensar así, que no es algo lineal y cerrado de interpretación, que está todo ahí junto, al mismo tiempo. Están esas creencias, miedos, las verdades alternativas y a la vez hay momentos un tanto inclasificables a mi criterio, que se mantienen en una zona más de misterio. Primero viene la escritura y después la definición.

Siguiendo en esa misma línea, en tu novela el Gauchito Gil toma un papel importantísimo para tu protagonista, ¿cómo surge esa relación/devoción?

En circunstancias extremas la vida es una cuestión de fe, aferrarse a lo que una no puede ver y andar. El Gauchito y ella, en la novela, son la fantasía mística popular ante tanta cosa. Lo pagano, el ritual, los pedidos, alguien que la escucha cuando nadie escucha nada. Un gaucho justiciero que la acompaña en la ruta mientras anda en el auto sin parar. Pero también aparece porque yo soy devota del Gauchito Gil, hay muchas cosas de mi vida llevadas al plano de lo enrarecido en la novela. En mi casa tengo un colorido altarcito repleto de santos paganos, y de muchas religiones. Un pastiche de creencias. Yo voy a dejarle puchitos y vino al Gauchito en un altar enorme cerca de mi casa, como hace ella, hasta lo tengo tatuado. Pero también aparece porque quería aparezca lo argentino en una distopía actual. El Gauchito representa muchas cosas en La ruta del fuego. Un aferrarse a la vida aunque la vida te suelte la mano.

Es inevitable pensar tu novela dentro del contexto político-social que está viviendo tu país con el actual gobierno, pienso especialmente en la crisis sin precedentes en ciencia y tecnología por el drástico recorte presupuestario, lo cual da pie para discursos negacionistas, entre otros temas. ¿Cómo dialoga tu historia con esa realidad, desde su propuesta distópica?

Coincido totalmente en esto que traes. La escritura funciona muchas veces como antena receptora de situaciones, se adelanta, traduce en su propio lenguaje interno lo externo, explora movimientos, formas, la novela es un modo de estar en estos tiempos. El actual gobierno de Argentina es del orden del horror, no tengo problema ni otro adjetivo para describirlo. Ese horror es una distopia porque irrumpe en un cotidiano que tenía ciertos acuerdos y derechos para vivir, los da vuelta, los violenta. Son tiempos embravecidos, creo que sin lo mencionado anteriormente, esto que hablábamos de la era virtual, la pandemia, la post verdad, no estaría pasando este presente. Por supuesto también hay que sumarle una profunda crisis de representación, un fuerte antiperonismo histórico que sucede en mi país,  la manipulación del poder mediático, judicial y la complicidad de un amplio poder político y como siempre los intereses externos para empujar modernas dictaduras revestidas de democracia. 

¿Qué significa para ti que La ruta del fuego llegue a Chile y sea parte de la colección Narrativa al borde de Vísceras Editorial?

Significa la hermosura. Que te publiquen, les interese tú material, darle espacio a tu creación, que se materialice y pueda moverse, es algo realmente muy grato. No quiero entrar en lugares comunes pero tampoco es malo repetirlo, cuesta mucho ser mujer y que te escuchen en un mundo plagado de voces masculinas. Una editorial hecha y llevada adelante por mujeres que edite a una escritora Latinoamérica es siempre un potente y bello acto político.

Hace poco regresaste de una residencia de escritura en Barcelona. ¿Podrías compartirnos sobre tu experiencia y también sobre qué otros proyectos de escritura tienes o estás trabajando?

Viajar, escribir, compartir proyectos con otras escritoras, lo soñado. Totalmente inspirador el espacio propuesto por GaudiLab, su coordinadora y la residencia en su totalidad ha sido una experiencia formidable para el desarrollo de nuevos proyectos, lazos y pensamientos. Siempre me parece un hecho excepcional moverse a otros países y encuentros, quisiera estar en ese estado la mayor parte del tiempo posible. Actualmente estoy escribiendo Las niñas deformes, que es mi segunda novela y realizando un proyecto teatral con otras dos escritoras argentinas. Había comenzado el guion de una película pero por ahora está en pausa, veremos qué pasa, pero las ganas de escribir para los diversos formatos están muy presentes para mí hoy por hoy. Me doy cuenta más que nunca que necesito de otro para crear, que comparta de algún modo el acto creativo. En tiempos tan individuales, sola no puedo.

Foto de la autora/ Crédito: Pía Levy

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